sábado, 28 de abril de 2018

Día 13. 19 de abril El Chaltén-El Calafate-Buenos Aires

Las maletas que subimos al bus para volver a El Calafate pesan bastante más que al ir, y es todo agua.
En especial las botas, que ya no se secarán hasta España, jeje.
Por cierto, sigue lloviendo en El Chaltén, que tino hemos tenido.
Esa lluvia, combinada con el amanecer, nos deja un arco iris rabioso a la altura de La Leona.
Una amable japonesa nos deja su asiento, en el lado bueno del bus, para hacer fotos (muy malas)


La parada en La Leona es esta vez realmente de 10 minutos, porque es pronto y apenas hay minivanes
Río La Leona


No vemos ni medio guanaco, debe ser que con la lluvia y el viento se han escondido en algún sitio a cubierto

El río La Leona está bien chulo con las primeras luces






Llegamos a El Calafate donde podemos pasar unas horas tranquilos, antes de coger el vuelo a Buenos Aires Dejamos las maletas en la agencia y nos vamos a dar un voltio
Es todo bastante tristón No nos apetece nada irnos, y además sabemos que el vuelo de vuelta está complicado, porque nos los ha mirado nuestro amigo Rafa
Pero lo arreglamos con una cervecita Otro Mundo Red, que además nos vamos a traer a Burgos



Nos llevan al aeropuerto y a esperar.
Hacía tiempo que no cogíamos un avión, que pereza, oiga.






Al despegar le damos nuestro último adiós al lago Argentino y sus maravillas, y al Viedma, y al río Santa Cruz y... snif



















Al llegar a Buenos Aires nos recibe una bofetada de calor: 30º C nada menos. Nuestra idea era haber estado un día entero en la ciudad y marcharnos el sábado 21, pero ante la pinta que tiene el vuelo decidimos adelantar 1 día la vuelta. Je, que ingenuidad.
Volvemos al Dazzler Maipú y nos mandan al último piso=más calor.
Los abrigos van directos al armario, los jerseis por la mesa. Sobra todo.
Como nos quedan poco pesos tenemos que cenar en un sitio que admita tarjetas.
La otra vez que estuvimos alli vimos un restaurante italiano que tenía muy buena pinta, cerca del hotel. Y allí que nos vamos.
Todo un acierto, El Broccolino. Unos camareros con una retranca inmensa, una comida riquísima, un ambiente total. Disfrutamos de una pasta fresca y un tiramisú estupendos. Incluso nos dicen que allí estuvieron cenando Amaral la última vez que fueron a la capital porteña.
Damos una vueltecilla para bajar la cena. La sensación de saudade es inmensa. No apetece nada irse, y menos aún enfrentarse a vuelos completos donde no cabemos.
Pero eso ya será otra historia. Esta noche nos queda esto en el alma

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